A veces, aterrizas en un libro al término del verano, con esa atmósfera plomiza de las tardes de septiembre y esa advertencia inminente del otoño, y encuentras un magnetismo especial, que te atrae y te repele a partes iguales como De bestias y aves de Pilar Adón.
Es la primera vez que leo a la autora, pero enseguida he congeniado con ella, no sé si porque habla de una naturaleza atávica que amenaza y yo ya siento las cortinas de la habitación temblar de frío. Me afecta mucho el cambio de estaciones y me duele septiembre, sensaciones muy parecidas a las que he experimentado leyendo De aves y bestias. La pertenencia a un mundo que, en el fondo, no nos pertenece. Las profundidades de lo inconsciente. Esta novela se desarrolla en un ambiente inquietante, rodeado de una naturaleza salvaje que no es amiga, pero que tampoco es enemiga, en el sentido de que no quiere herir a la protagonista. Últimamente, se ha puesto de moda el Nature Writing, relatos construidos a partir de las observaciones de lo natural, de la naturaleza ajena a nuestra cotidianidad. Supongo que el libro de Adón está un poco enmarcado en este género y, cuando miras de frente lo salvaje, lo que crece sin normas sociales, lo que únicamente sigue a su propio instinto, a sus propios ciclos y tempestades, al final el retrato que te vuelve es despiadado porque choca con el intento constante de refugio del ser humano. Y todo esto se recoge en De bestias y aves, que tiene mil y una relecturas.
Comencé a leer esta novela mientras afuera llovía y ahora que escribo la reseña continúo escuchando el repiqueteo de las gotas de agua sobre el alféizar de la ventana. Coro conducía para alejarse, o así lo interpreté yo, y quizás lo hacía para tomar distancia. En el mundo creemos que podemos distanciarnos y después regresar a casa, pero Coro no pudo. Coro se internó por un camino cada vez más estrecho y más oscuro, más amenazante. Y estaba sola, sin móvil y a punto de agotar la reserva de gasolina. Coro éramos muchas personas en nuestro día a día, llegando a las puertas de lo desconocido. Así, la protagonista de Adón, termina a las puertas de una verja que se abre y tras ella aparece una mujer que la invita a pasar. Y pasa creyendo que van a ayudarla.
El camino que Coro realiza hasta llegar a las puertas de este terreno me recuerda al que hacíamos antes todos los veranos para llegar a la finca de mis tíos, en lo alto de una montaña, rodeada de pastos, de ortigas secas y de lobos que aullaban por las noches. Mis padres decían que si se desataba un incendio no podríamos salir de allí. Y eso me angustiaba. No quería que las llamas me alcanzaran, aunque sí la nieve. Una mañana de enero nos levantamos y estaba todo nevado. Y nosotros aislados. Tenía miedo, pero también admiración por la naturaleza que me rodeaba. Cuento todo esto porque puede que De bestias y aves nos recuerde a otras cosas, pues todos hemos observado a las hormigas salir de sus hormigueros, o hemos levantado la vista para ver cómo un pájaro atraviesa el cielo azul. Coro comenzó a rodearse de estos pequeños instantes, pero no estaba en paz con ellos, porque ella quería escapar de esa comunidad de mujeres que la había atrapado.
Si tuviera que resumir este proceso que vivió la protagonista con una palabra, sería ansiedad. No es que tuviera ansiedad en el texto, sino que la ansiedad se siente al leerlo. Huir cuando no puedes. Someterte de manera silenciosa a una nueva realidad que se comporta como si pertenecieras a ella. No es tan diferente a lo que ocurre en nuestras cárceles de cemento y neuronas. La comunidad de mujeres no responde a las preguntas de Coro, por lo que ella no sabe qué hace allí y qué representan. Tienen ritos extraños, se han integrado en la naturaleza, y creen que si Coro ha llegado hasta las puertas de su casa es porque así debe ser. Un pensamiento mágico les ronda, y un aura de misterio, inquietud, desconfianza, que bien podría ser el comienzo de una novela negra. O de un libro de terror. Mientras, el libro te va retando: «¿Qué harías tú en la situación de Coro?»
Ella tiene también sus heridas abiertas, como la llave que no deja de sangrar en el cuento de Barba Azul. En las profundidades del lago que colinda con la casa, o en el pozo o la poza, está parte de esa carga que la persigue. Puede volar o ahogarse. Y, de nuevo, ese arquetipo, ese simbolismo que el agua turbia encarna. Cuerpos rodeados de algas, vidas atrapadas en el fango. El cuadro de Ofelia de Millais.
De bestias y aves de Pilar Adón es fascinante en la medida en la que emana peligro. Una mujer que se pierde en la noche, que comienza a formar parte de una comunidad extraña de mujeres, sin su consentimiento, y que al final comprende la pertenencia a algo. El libro apela a una naturaleza salvaje y atávica, para conectar, quizás, con nuestra propia naturaleza primitiva, llena de musgo y fango, demasiado inconsciente para ser recuperada. Pero basta una palabra, una descripción, un sapo venenoso, para despertar esa sensación de inquietud, de la que nos protegemos volando o ahogándonos. Y Adón lo consigue a la perfección. Una perfección que da miedo.
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