Hay libros que son para leer en una tarde y otros que requieren mucho tiempo. Esta reseña, de hecho, debería haber sido publicado la semana anterior, pero me demoré algunos días más con El borrador de Carlos González Jiménez porque hay una pausa necesaria que hacer en cada capítulo, incomprensible y mística, algo que solo un lector de la novela sabrá. No me refiero, con esta introducción, a que el libro sea pesado, pues se deja sostener entre las manos, metafórica y literalmente, sino a que El borrador no se puede disfrutar de la misma manera si nos adentramos en él apresurados. Este es un ritmo que le desmerece.
No juzgo a un libro por la portada cuando la portada no me gusta. Cuando la portada me gusta, sí. La de El borrador de González es confusa. Se atisban algunas (o una, no estoy segura) fotografías en blanco y negro difuminadas y no salta a la vista, en un primer momento, toda la grandiosidad de la obra. Según la sinopsis, todos tenemos secretos. Me he puesto a revisar en mi memoria y, efectivamente, tengo secretos. Estos secretos están ahora algo más expuestos por culpa de las redes sociales. Erasit nació con la idea de que las identidades virtuales de cada uno acabaran cuando la vida real de la persona se extinguía. Esto lo puedes averiguar leyendo el segundo párrafo de la contraportada, pero si empiezas a leer el libro, no lo ves venir.
No leo sinopsis. Igual que no ojeo nunca un libro o una revista cuando me lo compro antes de empezar a leerlo y, mucho menos, me destripo el final flirteando con la última página (no sé qué tipo de filia macabra es esa). Así que descubrí El borrador totalmente a la intemperie. Una intemperie que me gustó.
Un hombre viejo entra en un bar. Todos contienen la respiración. El tipo es un cretino. Le habla mal a todo el mundo. Ha estado en la cárcel. Está dando sus últimos bandazos. La decadencia de su cuerpo es evidente. Da igual que lleve una navaja en el bolsillo del pantalón, el muy cabrón acabará como todos, en el cementerio. Los feligreses de aquel garito no le soportan, pero tienen miedo de decírselo. Tú, como lector, lo vas odiando, pero a la vez te entra cierta desazón porque también es un vejestorio indefenso. Quédate con esa contradicción. Con ese sentimiento de repulsa, pero a la vez de pena; de justicia e injusticia, porque así es El borrador, un vaivén de un lado a otro.
Después llega Erasit, que no lo ves venir si eres fóbica de sinopsis como yo. Una empresa que se dedica a borrar huellas digitales de las personas que han fallecido. Una especie de pozo oscuro del que puedes disponer en vida sabiendo que en muerte alguien tapiará. Echas ahí toda tu mierda y quedarás impune porque parece que aún después de muertos esto también nos sigue importando. El caso es que ahora podría parecer que El borrador de Carlos González torna a novela distópica o futurista, pero nada más lejos. Es una novela muy de presente, de rencillas humanas, miserias, horrores y últimas voluntades. Escrita con muy buen gusto, lo que hace es ahondar en el abanico de pasiones humanas junto a un inquietante hilo conductor.
En el libro, se van sucediendo algunas muertes. O, mejor dicho, se van provocando algunos asesinatos. No es una novela policiaca. No tenemos a dos tíos, el tonto y el listo, el espabilado y el segundón, que se encuentran un muerto sobre el suelo y empiezan a entrevistar hasta a la cajera del súper para resolver el caso. Tampoco va sobre un asesino en serie. Es decir, la novela no se plantea desde aquí. El borrador de Carlos González está fuera de esto. Es mucho más amplio. Es un pozo sin fondo de esos que tapa la empresa Erasit.
Me ha sorprendido gratamente esta novela porque está escrita al detalle, con pausa y garra, con tildes sobre las íes, con decisión. Muy bien dicho lo que tiene que decirse, y muy bien escupido lo que tiene que escupirse. La narrativa está cuidada, por eso los capítulos son largos en cuanto a un estilo que se fija en los detalles y que sobreviene en descripciones largas. Sin embargo, cada capítulo tiene el misterio justo para que caigas en su red. Un viejo odioso, una empresa que parece futurista, unas manos que se manchan de sangre... Y una paella. Además, lo que suscita en el lector son sentimientos encontrados, justicia e injusticia, ya lo he dicho, y, por eso, cada capítulo merece un reposo. Si no, no lo vas a entender. No vas a entender la mística (ya lo he dicho también) de este libro.
El borrador de Carlos González ha sido una gran sorpresa, por lo bien que escribe el autor, por lo que plantea, por lo que dice y no dice, porque me lleva más tiempo que el que se espera en este mundo acelerado. Merecedor, sin duda, del premio que Círculo Rojo le otorgó el año pasado. Una obra que si la lees, te va a gustar. Si no, yo ya no sé.
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