Me han recomendado muchas veces leer a África Vázquez, pero no ha sido hasta ahora que me he encontrado con sus letras. África tiene una pluma sencilla y sólida y una bonita historia que contar en El silencio de Berlín.
No me atraen especialmente las lecturas sobre conflictos bélicos, pero la propuesta de una maestra aria en el Berlín de 1938 que promete ser más rebelde de lo que les gustaría a los nazis, me pareció irresistible. Sin embargo, no es a ella a quien comenzamos conociendo, sino a un tal Berthold Hoffmann, un buen alemán, un buen hijo y un buen hermano, muy atractivo y afiliado al Partido Nazi, en donde milita con el deseo de convertirse en Blockleiter. Él está esperando a alguien, alguien que se va a incorporar a trabajar en su familia y que hace años que no ve. Ann Weigel, nuestra gran protagonista, acaba de perder su empleo en la escuela por un acto de rebeldía que el lector debe descubrir durante la lectura. La familia Hoffmann ha aceptado acogerla como institutriz por una antigua amistad con los padres de esta que se vio rota por desavenencias políticas. Porque a ver que a mí me quede claro... ¿El Palacio del Reichstag lo incendiaron los comunistas o los nazis? Había alemanes que, por aquellas, tampoco eran tontos y mostraban su disconformidad con el nuevo gobierno.
El silencio de Berlín comienza de una forma en la que casi por inercia te imaginas una historia de amor entre el nazi convencido y la alemana rebelde, que les va a traer muchos problemas a ambos en esta época tan convulsa, pero la trama da un giro bastante inesperado.
Hemos dejado a nuestra protagonista, Ann Weigel, a punto de llegar a la casa de los Hoffmann y al convencido Berthold esperándola, y ella, mientras se preparara para ir, no piensa tanto en él como en personas como su amiga Olivia, perteneciente a El Dorado, un cabaret típico de entre guerras. Ann es una personaje peculiar, con unos ideales bastante férreos, así que, cuando llegue a su nuevo lugar de trabajo y se encuentra con una enorme fotografía de Hitler en el salón, su estado de ánimo se ensombrece un poco. Y es allí, ante el retrato del Führer, en donde aparece su verdadera historia de amor. Pero hasta aquí puedo leer.
África Vázquez ha conseguido construir una historia de detalles, melodías y temperaturas bajas tanto emocional como ambientalmente en El silencio de berlín. Mientras se va retratando una época desoladora y se vivencian algunos hechos históricos como la noche de los cristales rotos, escuchamos una melodía que se repite, algunas linternas que se encienden, la bici de una pelirroja que se aparca y un batín de seda rojo que se viste, como piezas de un puzle que cobra sentido al final. Mientras tanto, asistimos a una ardiente historia de amor entre dos de los protagonistas más valientes del libro que nos ayudan a comprender la importancia de los valores, la malignidad de los prejuicios, la salvaguarda del ingenio y lo catastrófico que es para el ser humano odiar a sus propios congéneres.
Con El silencio de Berlín he aprendido que hay guerras que deben lucharse, aunque sepamos de antemano que no las vamos a ganar, uno de los lemas del libro. Me he enamorado de todos los personajes que desfilan por la obra, incluso los que no ven que en un ambiente de odio nadie gana. He apreciado cada uno de los detalles y pistas que África nos ha ido dejando entre las letras y, también, los atrevidos escenarios como el cabaret o los incómodos temas como el Aktion T4.
El silencio de Berlín de África Vázquez Beltrán es una historia de amor al borde de una guerra, como otras tantas historias que intentan enfrentar el odio con la calidez humana, pero que nos lleva a terrenos inexplorados y que nos presenta un juego de personajes carismáticos, con roles muy marcados, que nos van dejando pistas por una fría ciudad que se deteriora día a día con la pandemia del odio. No podría haber pasado un día más sin leer esta necesaria historia.
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